lunes, 18 de octubre de 2010

Tendencia incivil

Por Alberto Asseff *

Día a día tendemos a ser más inciviles. Nuestra vida está atrapada por la grosería, suave vocablo para definir la realidad, mucho más sombría. Esto pasa luego de un período sesquicentenario - desde la Constitución definitiva - en que creíamos haber avanzado hacia la civilidad, esto es sociabilidad, urbanidad, respeto.
Objetivamente, retrocedemos, lejos de progresar. Es paradojal que en nombre del movimiento 'progresista' que se autoproclama imperante, nuestra convivencia y nuestra institucionalidad se degraden tan alarmantemente.
Igualmente contradictorio es que está proceso de exclusión de la sociedad y del urbanismo - que ni siquiera es un regreso a lo rústico, pues en la vida rural alejada de las letras existían sobrados valores - se desenvuelva en medio y con la bandera de la 'justicia social'. Ni cuando padecíamos pobreza hubo tanta exclusión y desocialización como ahora.
El proceso civilizador que tanta lucha y sangre nos demandó en los primeros cuarenta años de nuestra vida como Nación emancipada, prometía que la Argentina sería, tarde o temprano, un país con vigencia de la ley y de las instituciones, sustento insoslayable para el progreso. Sin proclamarlo con esa consigna - que asumió nuestro vecino Brasil -, en 1853 apostamos al Orden y Progreso. Años después, esa idea-fuerza fue enunciada como "Paz y Administración". Palabra más, palabra menos, la "paz" es la contracara de la moneda del orden y la "administración" lo es del progreso. Por eso erigimos un país con perspectivas.
¿Qué tenemos en estos tiempos? 13 mil millones de pesos de asistencia social y cada día más exclusión y disociación entre las personas activas y la dignidad del trabajo. Porque la perversidad de la ayuda no radica en el auxilio, sino en la deliberada desidia de no tranformarla en preparación laboral. Tres mil gremios de trabajadores y diez mil conflictos. Es innegable que la ecuación hace agua: más organización sindical, pero menos solución laboral. La razón sugiere otro resultado. Pero nuestra vida colectiva y la racionalidad hace mucho que sobrellevan un divorcio.
El piquetrismo es la parodia de la legítima protesta social. Cortar la arteria principal del país - la Panamericana - no es broma. Jugar al fútbol en Callao y Corrientes a las 11 de la mañana de un día hábil se parece a un chiste, pero es una tragedia para la convivencia. El piqueterismo es el terremoto cotidiano que va demoliendo nuestra construcción político-institucional, estragando nuestro porvenir de prosperidad. Es una bofetada descarada al respeto que nos debemos. Pero ¡qué va! Somos inciviles.
Oficinas 'institucionales' del Estado - desde la Defensoría del Pueblo hasta el Consejo del Menor y la Familia, pasando por el Patronato de Liberados, la Oncca y mil más -, pero el sistema cruje y, peor, navega vacío, no diré al garete, pues algunos lo llevan a su propio puerto (bolsillo), lejos del de todos. El desamparo de la gente aumenta en igual proporción al incremento de las oficinas burocrático-institucionales. Acaece así, por caso, con el Consejo de la Magistratura, estructura institucional ideada para honrar a la 'majestad' de la Justicia, pero que funcionalmente no ha logrado acercarse a su objetivo. Los jueces siguen surgiendo o de la 'familia judicial' o de la recomendación política. ¿Carrera de la magistratura? De eso no se habla.
Leyes tenemos en abundancia. Decretos, reglamentos y resoluciones, adunadas con sus análogos de las provincias y de los dos mil municipios, son tan cuantiosos que ni Pedro de Angelis - tampoco Justiniano - podrían, aun con el auxilio de la tecnología, compilar. La ecuación también es harto sorprendente, ofreciendo un burlesco resultado: a más leyes, menos cumplimiento. Ya ni siquiera se 'trampea' a la ley. Directamente, se la ignora. Es tal la anomia que ya no se requiere una buena gambeta. Basta con no cumplirla.
Actos políticos tenemos casi diariamente, a dos años de las elecciones, como si estuviéramos en campaña. El electoralismo es incesante, incansable. Nunca desfallece. ¡Me ensueña sólo pensar a esas energías aplicadas a construir institucionalidad, paradigmas y también obras tangibles! ¡A gobernar! Y, ¡bien! Soy consciente que pido en exceso, pero todavía esa libertad la poseo...
Empero, no obstante tamaña actividad, los signos vitales del civismo exigen terapia intensiva y asistencia respiratoria. Nuestro civismo ya ni agoniza - lo que supondría que puja por sobrevivir. Está moribundo.
La civilización se sostiene con el civismo. Sin éste, aquélla se enferma de gravedad. Es lo que nos ocurre.
Delito hubo siempre, de 'guante blanco' como de mano armada. Pero nunca tantos y tan crueles, despiadados, en ambos casos. Porque si ruin, desalmado e inhumano es dispararle a una embarazada de ocho meses a sabiendas. ¿qué y cómo calificar a un fraude desde el gobierno con la provisión de leche materno infantil ? El estrago que causan, ambos, es inenarrable. Justicia Penal, Policías, Servicio Penitenciario, todos juntos cada vez más rebasados por el desbordante delito. No se logra que la Justicia supere el trauma del papeleo - un 'buen' juicio es el que tiene más de dos mil fojas...y tres años como mínimo de duración...-, que la Policía y los Penitenciarios posean un sistema interno autodepurador y otro de profesionalización ascendente.
La impunidad, matriz del delito, es tan vasta y profunda que la Comisión de Diputados de Control de las cuentas del Estado acumula centenas de expedientes instruidos por la Auditoría General de la Nación que documentan gravísimas irregularidades en la administración financiera, pero ni los han desatado. ¡Sí! Están acomodados en derruidos anaqueles, atados con gruesos hilos, sin que ningún diputado se ponga a examinarlos y darle el curso pertinente. Jamás acotaremos al delito si persiste esta sombría realidad de que "el que la hace no la paga". La impunidad es altamente incivil.
Otrora nos desangrábamos en las guerras internas. Hoy, en las rutas y calles. Nos conducimos como 'modernos' bárbaros con la particularidad de que la barbarie de antaño estaba en el ámbito rural - aunque ya hice la salvedad acerca de la entidad y peculiaridad, hasta virtuosa, de esa condición o situación - y ahora desurbaniza las urbes. Antes montaba a caballo - ese nobilísimo animal. Hogaño se sube a esos bólidos llamados automóviles. Ayer abonaban la tierra, hoy la contaminan.
Para colmo, se 'gobierna' agudizando antinomias. Casi como al principio, como si no hubieran pasado 200 años. Hasta se implanta el embuste de que los chacareros son oligarcas. Falta un poquitín para que vuelva eso de las alpargatas vs. libros. Es insufrible.
Claro que queremos el progreso y somos conscientes de que nunca lo conseguiremos si desocializamos, deseducamos, incivilizamos y hacemos de nuestra vida cada vez más un 'viva la Pepa' y un ámbito incivil alejado de la ley.¿Qué hacer, cómo corregir el rumbo? Retornar al derrotero civilizador, hondamente justiciero, pero largamente disociado del populismo destructor. Se puede y se debe incluir socialmente sin caer y recaer en la falacia de una 'ayuda' para mantener las cadenas.
Se omite hoy en día, pero quizás valga formular un llamado a la Libertad que es la antítesis del caos y la premisa del progreso.

* Dirigente de UNIR

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