En River, el viernes pasado, la Presidenta reivindicó a la Juventud Sindical Peronista -es decir su trayectoria. Esta trayectoria es neta: fue el brazo armado de la burocracia sindical isabelina, cómplice de las Tres A en los ‘70. Una de las ramas de ella baleó la movilización ferroviaria que se llevó la vida de nuestro Mariano Ferreira. En 2004, el marido de la Presidenta había convocado a formar brigadas anti-piqueteras. A los K les gusta la demostración de fuerza: mandaron una de esas brigadas a romper la ocupación del Hospital Francés en 2006. La policía libera las zonas donde tiene que operar la patota de la UTA contra los trabajadores del subte. Ahora, también liberó una zona: en Barracas, hacia donde se retiraban los ferroviarios que habían sido reprimidos en Avellaneda por los criminales a sueldo de la burocracia.
Reivindicar a la JSP es como volver a colocar el retrato de Videla en un instituto militar. Es una advertencia, porque como en los ‘70 una vanguardia obrera numerosa reclama la independencia de los sindicatos del Estado y la vigencia de la democracia sindical. La Presidenta ni sospechaba que su reivindicación de la JSP conduciría al crimen del miércoles; imagina una JSP ‘aggiornada’. Nada disminuye, sin embargo, su justificación ideológica. Su discurso en Parque Norte, siete horas después del crimen, fue una jovial apología de las frutillas pequeñas y la celebración de Marcos Paz, una zona dominada por narcotráfico, como un entorno agroindustrial. Recién se definió a la salida, por la interpelación de los periodistas, cuando prometió castigar a los asesinos materiales e intelectuales. Veremos.
Partido Obrero
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