* por Wilbur Ricardo Grimson
El avión de Medical Jet que llevaba casi una tonelada de clorhidrato de cocaína de máxima pureza con destino a Costa Verde-Barcelona-Amsterdam demuestra la potencia del narcotráfico y la ingenuidad de los que proponen la despenalización del consumo. Con sus políticas de tolerancia aunque causen daño a la salud pública, inducen una concepción pueril y errada de este complejo fenómeno. Sostienen el derecho de los usuarios a elegir intoxicarse y no les preocupa la penetración de las fronteras por una masiva circulación de drogas. Que ellos están alentando. Por algo el día que se votó en California la proposición 19, que legalizaba el consumo de marihuana, se estaba preparando la penetración de la frontera con México con un cargamento de 24 toneladas que llegaría sobre el triunfo electoral. La tolerancia y el consumo incontrolable bailan juntos.
Que este triunfo no ocurrió es algo a lo que se le ha dado poca importancia, pero que demuestra que aún los estados liberales supuestamente tolerantes sostienen una racionalidad al defender la salud pública que prima por sobre las consignas de tolerancia médica. Éstas son absolutamente infundadas, en tanto existen muchas formas de acción terapéutica equivalentes en su efecto a la marihuana y que no implican torcer criterios aceptados por todos los países en cuanto a cuales son las sustancias ilegales y tóxicas.
La experiencia demuestra que lo comienza como un desborde de alcohol se entremezcla con una liberalidad en el consumo de marihuana, luego de cocaína y luego de anfetaminas y heroína. Y que en los delitos la droga ocupa un papel significativo como estimulante. Y que en los accidentes callejeros predominan alcohol y psicofármacos en forma desmedida.
Los criterios sobre la tolerancia al consumo los deben fijar los sanitaristas con las ONGs y forman parte de las políticas nacionales. No son para sociólogos que buscan algún progresismo estentóreo o para los fiscales que desconocen el tema. O los que hacen bandera de derechos a no cuidar la propia vida. La responsabilidad principal es el cuidado de la vida y está a la vista que la droga limita la propia vida y la salud. Cómo podemos enfrentar sin preocuparnos el episodio de una previa en que un joven alcoholizado se voló la cabeza jugando a la ruleta rusa con una pistola!
Como si no alcanzara con los relatos de Bill Cosby sobre su penosa recuperación, o con la muerte de Jim Morrison, de Charlie Parker, de Janis Joplin, el suicidio de Olmedo, la muerte de Juan Castro, el descontrol del “Potro” o las desventuras de Charly García -hoy casi irreconocible.
Tampoco lleva a promover la oferta de camas públicas porque descansamos en las atareadas ONGs que reciben pagos casi simbólicos. Ni siquiera hemos tenido tiempo de poner a funcionar la Ley de Prevención Educativa que hace más de un año aprobó el Congreso Nacional y que fue presentada por la Comisión de Justicia y Paz del Episcopado Nacional. Observemos de paso que la Comisión Asesora (de Aníbal Fernández) no se ocupa de ninguno de estos temas que juzgamos principales.
De este lado del mostrador aparecen como consecuencia de estos desbordes sin límites las familias destruidas porque donde la droga entra requiere delito como acompañamiento, y el esfuerzo de recuperación debe ser emprendido por todos los familiares apoyando al drogado identificado que en muchos casos lleva al colmo valores de consumismo, de valoración de lo material, de carencia de valores propios que aprende en su entorno más inmediato. Mueren personas pero antes de ello han debilitado su espíritu los valores de la comercialización sin límites, la ruptura con el esfuerzo meritorio, el culto del placer inmediato.
Ante esta sociedad materialista en extremo y con culto al placer inmediato, la familia se repliega, se debilita, deja de saber cuál es su rol. Hay desconcierto en clubes, sociedades deportivas, iglesias. Hemos perdido el rumbo.
Los defensores de la despenalización a ultranza deberían reconocerse como autores complementarios de esa destrucción al promover conductas liberalizadoras del abuso de drogas que vuelven a los que buscan aprender y ubicarse en un rol social significativo, como perdedores. Lo hacen dejando de lado las encuestas que muestran el progresivo crecimiento del consumo, desconociendo lo que observamos a simple vista en las villas de emergencia donde el paco comienza a usarse a los ocho años y mata chicos todos los días. Por algo enunció hace más de un año la Comisión ambulante citada la realización de la encuesta más significativa del país porque iban a entrevistar a 50.000 personas (ignorando que esto no es necesario desde el punto de vista técnico). Nunca publicaron los resultados ni pudimos enterarnos del diseño aventurado de este emprendimiento ni del costo de semejante extravajanza.
Por su lado Lula demostró antes de dejar el Gobierno que la Lucha contra las Drogas sigue vigente y que la podrá ganar quien demuestre mayor poder y eficacia. Y su desarme de varias villas de Río de Janeiro resulta altamente significativo. Se hizo con el apoyo de las Fuerzas Policiales y Militares. Aunque esto suene a herejía entre nosotros, todos los países terminan por aceptar la participación militar en el problema que más corroe la seguridad nacional. Una cosa es que no actúen en problemas internos del país. Pero hay mucho que hacer en las fronteras, hoy desprotegidas. En el control de la importación y exportación de precursores químicos. En el control aéreo. En la recopilación de inteligencia y de antecedentes de lo que ocurre en otros países.
Por todo esto alertemos a los que se dicen progresistas que vía de la introducción de la confusión de los conceptos y el desconocimiento de los riesgos, son nada más que cómplices de la desorganización de las Políticas necesarias que deben ser políticas de Estado, definidas, permanentes, inamovibles. Que tiendan al bien común y a la realización de la solidaridad social.
* El autor ha sido Secretario de la SEDRONAR (2002-2004)
Presidente de la Fundación de Prevención Social
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