jueves, 16 de diciembre de 2010

Comentario a la nota "La Iglesia ese gran negocio"

Estimado:
No logro comprender el sentido de su reflexión, sinceramente. No se si habla del “negocio” en sentido irónico o si usted efectivamente cree que la Iglesia subsiste por y para llevar adelante un negocio.
De cualquier forma, aprovecho la ocasión de su reflexión para aportar algunas cosas.
En primer lugar, no creo que sea adecuado intentar comprender un fenómeno como la Iglesia con una mirada tan unilateral: el negocio. Porque creo que -sea para defender su razón de ser o para desmerecerla- no es ese el núcleo para comprender su existencia y su mensaje. Parece como buscar una respuesta partiendo de un punto incómodo al objetivo.
Es algo similar a lo que ocurre cuando uno quiere conocer el color de un objeto utilizando anteojos de color: el resultado va a ser distorsionado. Y por muchos cálculos que pueda realizar, nunca tendré la vista limpia como para ver el objeto en toda su realidad. Siempre esa realidad estará teñida del color de los anteojos. Análogamente, si el punto de partida es el “negocio de la Iglesia”, no se llegará a buen puerto en la investigación sobre su naturaleza. Tampoco para comprender si (y por qué) en la Iglesia existe algún negocio.
Ahora bien, como usted cuestiona, piensa e imagina en su reflexión, en la Iglesia conviven personas que quizás vivan de un negocio. Y en este sentido, sus preguntas ayudan a mirar y a comprender mejor los factores que están implicados en el fenómeno de la Iglesia.
Evidentemente ella no existe gracias a los negocios que pueden haber hecho y que probablemente hagan algunos de sus miembros, incluso con objetos y símbolos consagrados a su verdadera naturaleza: elementos de la tradición, documentos históricos, etc. Personas que abusaron de los bienes de la Iglesia los hubo y los sigue habiendo.
Pero, yendo más allá, y creo que en consonancia con lo que usted plantea, en la Iglesia hay presente un factor decisivo que no sólo es trascendente a la cuestión, sino que es el único factor que explica su existencia, durabilidad, naturaleza y coherencia milenaria: la presencia de Jesucristo. La Iglesia misma afirma ser el cuerpo místico (es decir completo, total y misteriosamente presente) de Cristo en la historia. Esta presencia real y actuante, motiva a millones de personas año tras año, desde hace más de dos mil, a adherirse con su voluntad, en un gesto libre, a ese cuerpo.
Dicha adhesión, es de personas con toda su estructura de ser humano: límites, deseos, anhelos, capacidades, bondades, malicias, etc., etc. Esto explica y justifica la sospecha de muchos sobre la verdad de la Iglesia y la presencia que porta consigo; pues la coherencia que parece existir en el núcleo del fenómeno de la Iglesia, no siempre es visible en sus miembros. Pero queda claro que quien no encuentra en la Iglesia la presencia de Cristo, parcializa notablemente su mirada hacia ella. Y es entonces cuando tienen lugar las sospechas sobre el posible secreto de su “éxito”: por ejemplo, el negocio.
Para finalizar, su aporte me pareció iluminador en el sentido de poner en evidencia que es una tarea de los miembros de la Iglesia el convencer al mundo entero con su testimonio sobre la verdad de ella misma: eso es lo que la vida de los santos logra inexorablemente a través del tenor de su existencia, contagiando una vitalidad, pureza y plenitud al corazón humano que permite en quien se topa con el, comprender casi por ósmosis la verdad del mundo, de la historia y del ser humano. Porque el santo vive de la presencia de Cristo en la Iglesia. Y Cristo es Dios. Y Dios es el Ser que da existencia a cada cosa, misteriosamente: es decir, de un modo que la inteligencia humana puede comprender con esfuerzos extremos, en ciertas ocasiones y con ayuda de una energía de conocimiento aún más misteriosa.
En definitiva, creo que para comprender el sentido de la Iglesia, hay que hacer el esfuerzo de retornar a un uso de la inteligencia que todos los hombres y mujeres tenemos cuando niños: el que percibe la realidad con curiosidad por todo lo que se vuelca a los ojos y desde allí intenta comprender escuchando a los mayores. Es lo más realista e inteligente que se puede hacer: entonces se entiende casi todo, porque la experiencia propia, toma del exterior lo que está de acuerdo con ella.
¿Y qué experiencia se hace en una realidad de Iglesia?

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